Si quieres puedes, pero hay que querer.

El proceso

Un camino honesto hacia la recuperación y el autoconocimiento

La recuperación no fue magia ni un gesto heroico. Fue trabajo diario, recaídas emocionales y aprender a vivir conmigo mismo sin anestesia.

Mi recuperación no fue una línea ascendente ni una historia épica para enseñar en ninguna parte. Fue un camino irregular, lleno de golpes, tirones internos, noches sin aire y días en los que simplemente estar en pie ya era suficiente. Y antes de seguir, quiero dejarlo claro: yo jamás he tenido ganas de beber. Nunca. Ni un pensamiento. Ni un “igual podría”. Esa puerta la cerré de una vez y para siempre. Lo que vino después no tuvo nada que ver con el alcohol, sino con lo que había debajo.

Cuando dejé de consumir, todo lo que antes estaba anestesiado se despertó a lo bruto. Emociones sin filtro, impulsos que venían de la nada, rabia que no sabía dónde colocar, miedo al abandono, miedo a quedarme solo, miedo a mí mismo. No era craving de alcohol, era craving de alivio. Esa sensación de que algo te falta, como un hueco que no sabes cómo llenar. Y ahí es cuando la mente empieza a improvisar soluciones baratas: compras compulsivas en Vinted, chocolate como si fuera oxígeno, Coca-Cola por litros. No buscaba beber; buscaba apagar el ruido. Era dopamina de saldo para soportar el día.

Los ataques de ansiedad eran otro monstruo. Esa sensación de que el mundo se encoge, de que el pecho no da, de que vas a caer en cualquier momento. Me tocó aprender a quedarme quieto cuando todo dentro pedía huir. A respirar cuando la cabeza se iba cien pasos por delante. A aguantar el tirón sin romper nada, ni romperme a mí. A veces salía bien. Otras veces me quedaba hecho polvo. Pero seguía.

Y luego está la soledad profunda. No la de estar solo en casa, sino la de encontrarte a ti mismo sin ningún tipo de anestesia. Cuando ya no tienes ruido, fiestas, consumo, velocidad ni excusas para taparte. Ahí es donde empieza el autodescubrimiento de verdad: verte sin filtros, con tus heridas viejas, tus miedos sin domesticar, tus vacíos sin disfraz. No es bonito. No es cómodo. Pero es real.

Las terapias han sido mi red para no caerme del todo. Psiquiatría, donde llevo más de ciento cincuenta visitas revisando mi química y mi estabilidad. Psicología individual, más de ciento cincuenta sesiones desmontando mis patrones desde la adolescencia. Las terapias de grupo del centro de salud, casi cien, donde aprendí a escuchar y a que me escucharan. ARVIL, donde Paco me sostuvo cuando yo era básicamente un esqueleto emocional y me enseñó a no beber desde el minuto uno. Y el CRL, donde por fin me dijeron sin adornos lo que nadie se atrevió: que yo no era indestructible, que mis límites existen, que intentar vivir como vivía antes me iba a romper por la mitad.

Nada de esto ha sido perfecto. Nada ha sido rápido. Ha sido real. Me he reconstruido a golpes de paciencia, de torpeza y de respirar cuando todo ardía. He contenido impulsos que me quemaban, he atravesado silencios que hacían daño, he aprendido a estar conmigo sin huir. Y sigo aquí. No por fuerza. No por heroísmo. Sigo porque esta vez he decidido no abandonarme.

Y, sobre todo, sigo por Lobo. Porque él es lo único que jamás me deja aflojar.

Aviso importante: La información de esta web es divulgativa y no sustituye atención médica, psicológica o psiquiátrica.

En caso de urgencia o crisis emocional, contacta con los servicios sanitarios correspondientes. 📞 112 📧 ayuda@vivircontlp.com

· Aviso legal

· Política de privacidad

· Política de cookies