Si quieres puedes, pero hay que querer.

La Caída

Cuando dejé de huir, me encontré conmigo mismo.
Ese fue el momento más duro… y el más necesario.

El día en que dejé de huir, me encontré conmigo mismo.

Y fue devastador.

A mis cuarenta y muchos ya no vivía: resistía. El alcohol no era una costumbre ni una mala etapa. Era el centro alrededor del que giraba todo: el trabajo, la noche, el silencio de mi casa, el dolor de no saber quién era sin ruido dentro de la cabeza. Y lo más retorcido es que desde fuera parecía que todo iba bien. Tenía un trabajo estable, cumplía con mi hijo, pagaba mis cosas, sonreía donde tocaba.

Era un alcohólico funcional.
Perfectamente funcional.
Hasta que cerraba la puerta de casa.

En cuanto me quedaba solo, empezaba la caída diaria. Esa soledad tenía un precio que pagaba a base de litros. Cada mañana me decía “hoy no compro”, y cada tarde aparecía con bolsas llenas o pidiendo las cervezas a domicilio para no cruzarme con nadie. Me fui apagando hacia dentro. Dejé de relacionarme, dejé de coger el teléfono, dejé de estar. La casa se convirtió en un sótano emocional sin ventanas. La vida se me hacía tan pesada que lo único que quería era no sentir nada.

Una madrugada me bebí más de treinta latas. No sé cuántas exactamente. Sé que amanecí tirado en el suelo del baño, la cabeza golpeada, y ese silencio seco que solo aparece cuando has cruzado un límite que ya no puedes fingir que no existe. Esa mañana no fue como las demás. No tuve la típica promesa falsa de “mañana empiezo”. Fue miedo. Fue lucidez. Fue entender que había llegado al punto en el que mi cuerpo ya no podía seguir sosteniendo mi manera de vivir.

Y justo ahí, en ese borde, me encontré con algo que no esperaba.

Me levanté tambaleando y me senté en el salón, mareado, con el estómago revuelto y las manos temblando. Miré una foto que llevaba años ahí y que hasta entonces solo era decoración: Lobo, pequeñísimo, subido en mis hombros, riéndose en una playa. Esa imagen —esa risa suya— me atravesó como nunca. Todo lo que yo no era en ese momento estaba ahí: la luz, la inocencia, la confianza absoluta en mí. Y entendí que él me necesitaba. Que yo era su casa, su sostén, su referencia. Que él no tenía a nadie más que yo.

Y que yo no podía desaparecer.

No ese día.

No así.

Cogí el móvil. Escribí “Alcohólicos Anónimos Usera”. No lo pensé demasiado. No fue valentía. Fue supervivencia.

Al día siguiente, un domingo de julio, entré en aquella sala sin dignidad, sin fuerzas, sin nada. Solo con el miedo recién descubierto de perderlo todo. Desde entonces han pasado tres años y medio sin beber. Con el tiempo también dejé el tabaco, obligado por mi EPOC y por una frase de mi neumóloga que todavía me retumba:
“O lo dejas, o te mueres.”

Pero la abstinencia no trajo paz.
Trajo la verdad.
Y la verdad era mi TLP, que salió a la superficie con toda la violencia de décadas de silencio.

Las emociones extremas, el vacío, la rabia, la impulsividad, el miedo al abandono. Todo lo que siempre había arrastrado sin nombre. Todo aquello que yo había intentado tapar a base de ruido, de consumo, de huidas y de noches sin memoria.

Ese fue el verdadero inicio de mi recuperación: dejar de huir de mí mismo.

Desde entonces ha sido terapia, psiquiatría, grupos, respiración, autocontrol, aprender a estar en mi piel sin romper nada, sin romperme yo. Este camino no ha sido lineal ni amable, pero ha sido real. Me ha enseñado que la vida no se arregla de golpe, se sostiene poco a poco. Que la fuerza no está en no caer, sino en no abandonar el esfuerzo.

Y lo he hecho por mí, sí.
Pero sobre todo por él.

Porque Lobo es la única razón que nunca se ha movido de sitio, incluso cuando todo lo demás se derrumbaba. Es él quien me sostuvo sin saberlo. Quien me enseñó, sin proponérselo, que la única manera de querer de verdad es querer sin retirarse. Que yo no podía huir de él, como huí de todo lo demás.

Él me necesitaba vivo.
Presente.
Consciente.
Limpio.
Honesto.
Y dispuesto a ser el ejemplo que nunca tuve.

Y lo estoy siendo.

La caída no fue el final.
Fue el primer día de mi vida sin anestesia.

Aviso importante: La información de esta web es divulgativa y no sustituye atención médica, psicológica o psiquiátrica.

En caso de urgencia o crisis emocional, contacta con los servicios sanitarios correspondientes. 📞 112 📧 ayuda@vivircontlp.com

· Aviso legal

· Política de privacidad

· Política de cookies