Si quieres puedes, pero hay que querer.

SER PADRE Y TENER TRASTORNO LIMITE DE LA PERSONALIDAD

Ser padre con TLP no es un título ni un diagnóstico, es vivir cada día con un termostato emocional que a veces funciona y a veces se queda atascado en el máximo. Yo no educo desde un punto neutro; educo desde un lugar donde mis emociones son fuertes, rápidas, intensas… y muchas veces desordenadas. Y aun así, lo que más me recoloca, incluso cuando ardo por dentro, es saber que mi hijo me está mirando. Es él quien me obliga a ajustar ese termostato a tiempo, aunque dentro de mí todo quiera explotar.

Ese termostato es la clave de todo. Hay días en los que se mantiene estable y puedo contener la rabia, la impulsividad, el torbellino que me habita. Puedo regular la temperatura interna antes de que se descontrole. Pero hay otros días en los que se estropea sin aviso: noto cómo sube el calor por dentro, cómo la cabeza acelera, cómo se me tensa el cuerpo. Es un segundo. Una chispa. Y en ese segundo es donde he aprendido a frenarme, a apagar el fuego antes de que queme a quien no tiene culpa. Antes de que Lobo lo vea. Antes de que mis emociones ocupen un espacio que no le pertenece.

Ser padre con TLP es aprender a vivir pendiente de ese termostato sin obsesionarte con él. Saber cuándo necesitas bajar un grado, cuándo tienes que parar, cuándo tienes que salir a respirar y cuándo puedes quedarte. Es un autoconocimiento que tuve que desarrollar a golpes, porque antes de ser padre yo dejaba que el calor hiciera lo que quisiera. Y ahora no puedo. Ahora tengo que cuidar mi temperatura emocional como si fuera una vida entera… porque lo es. Porque afecta a la suya.

Hay días en los que el termostato se queda clavado en lo alto y siento que el mundo me tira del pecho. Días en los que la rabia aparece sin motivo, o la tristeza se me mete en los huesos, o el miedo se me pega a la espalda. Y aun así, me detengo. Me regulo. Me sujeto a mí mismo como puedo. Porque sé que si yo no bajo ese calor, él no tiene por qué pagarlo. Ese es el trabajo invisible, el que nadie ve. El que hago incluso cuando estoy roto.

He tenido que aprender a distinguir cuándo el termostato falla por ansiedad, cuándo por cansancio, cuándo por el TLP, cuándo por mis heridas viejas. Y aprender eso me llevó años de terapias: más de ciento cincuenta sesiones de psicología individual, donde aprendí qué partes de mi calor eran heridas antiguas; más de ciento cincuenta visitas a psiquiatría afinando mi química; casi cien terapias de grupo en el centro de salud donde descubrí que no estaba solo; ARVIL, donde Paco me enseñó a no beber desde el minuto cero; y el CRL, donde me dijeron la verdad sin adornos: que el termostato no es un enemigo, pero sí una responsabilidad.

Ser padre con TLP es vivir sabiendo que tu temperatura interna puede romperte un día cualquiera, pero también sabiendo que tú decides si ese calor gobierna o no. Que puedes estar ardiendo por dentro y aun así ofrecer calma. Que puedes estar hecho polvo y aun así ser refugio. Que puedes sentir demasiado y aun así no perderte.

Y cuando miro a Lobo, entiendo algo que solo se entiende desde dentro de esta vida: mi termostato podrá fallar, pero mi amor por él no falla nunca. Él es lo único que me obliga a ajustar la temperatura aunque me queme. Lo único que me centra aunque esté temblando. Lo único que me recuerda quién quiero ser incluso cuando estoy perdido.

Ser padre con TLP no es sencillo.
Es profundo.
Es vulnerable.
Es intenso.
Es real.
Y aunque mi termostato esté hecho mierda algunos días, sigo afinándolo cada mañana por él. Porque él merece mi calma, incluso cuando yo no la encuentro. Y eso es lo que me mantiene vivo y avanzando.

La confianza de un hijo

Lobo confía en mí como nunca antes nadie lo había hecho.
No es una confianza ciega ni idealizada; es una confianza construida día a día, a base de sinceridad, estabilidad y presencia.

Él sabe que, pase lo que pase, yo estoy ahí.
Que no le miento.
Que si tengo una crisis, se la explico sin cargarle el peso.
Que si hay que cambiar un plan, le doy un motivo que pueda entender.
Que si necesito parar, él no tiene la culpa.
Y que en casa puede sentir sin miedo.

Su mirada, esa forma en la que me busca cuando algo se mueve por dentro, me recuerda que soy su figura segura.
Que conmigo se siente protegido, establecido y visto.
Y que ese vínculo es, probablemente, lo más importante y lo más sano que he construido en toda mi vida.

Aviso importante: La información de esta web es divulgativa y no sustituye atención médica, psicológica o psiquiátrica.

En caso de urgencia o crisis emocional, contacta con los servicios sanitarios correspondientes. 📞 112 📧 ayuda@vivircontlp.com

· Aviso legal

· Política de privacidad

· Política de cookies