Si quieres puedes, pero hay que querer.
Como un lobo en guardia
Una mirada íntima y sin filtros a lo que significa ser padre con TLP. Una historia que explora el miedo, la ternura y la extrema responsabilidad que Ignacio asume para proteger a su hijo Lobo mientras soporta el dolor físico, el agotamiento mental y un sistema que rara vez comprende la vulnerabilidad de los demás. Un relato honesto, escrito desde el corazón, donde el amor y la claridad encuentran su lugar en medio del caos.
Ignacio Javierre
11/23/20253 min leer


Cuando vives dentro de un cuerpo cansado, roto por dentro y presionado por fuera, aprendes a moverte despacio. A veces, incluso a no moverte en absoluto. Pero llega un momento en que, por muy débil que esté tu pecho o por muy nublada que esté tu mente, emerge una fuerza innegociable: la fuerza de proteger a tu hijo.
Esa fuerza no proviene de la salud. Proviene del instinto.
Del amor sin artificios.
De la responsabilidad que nadie te enseñó, pero que nunca se te escapó de las manos.
Hay días en que respiro como si me doliera existir, y sin embargo estoy atento a cada detalle: cómo duerme, cómo habla, lo que calla, lo que le preocupa. Hay una especie de vigilancia que no tiene nada que ver con el miedo, sino con la ternura. Una guardia silenciosa hecha de presencia, de mirada, de estar ahí incluso cuando mi propio cuerpo me suplica que me rinda.
Lobo me mira como si fuera más fuerte que yo. Y a veces pienso que, sin querer, él me ha salvado la vida más veces que yo a él. No con palabras, sino con su confianza en mí incluso cuando yo desconfío de mí mismo.
Cuando el mundo parece demasiado grande, él se acerca. Como un lobezno que sabe cuándo su padre necesita calor, contacto, un pequeño gesto que le diga: «No estás solo».
Y es extraño, porque soy yo quien debería protegerlo... pero en esos momentos, él es quien me sostiene.
La vida no ha sido fácil para nosotros. Ni para mí, ni para él. Hemos aprendido a caminar juntos a través de la incertidumbre, la enfermedad y el ruido que otros crean a nuestro alrededor. Y, sin embargo, siempre encontramos un rincón de paz: ese espacio donde él sabe que puede apoyarse en mí, y yo sé que debo perseverar por los dos.
Ser padre en estas circunstancias no es épico. No es heroico. Es, a veces, simplemente levantarse y seguir respirando cuando ya no queda aire. Pero también es una promesa: la promesa de velar, proteger, cuidar y enseñar. La promesa de ser la figura firme incluso cuando tiemblo por dentro.
No necesito ser fuerte para ser un buen padre.
Necesito estar presente.
Y nunca fallo en eso.
Porque un lobo cansado sigue siendo un lobo.
Y mientras mi hijo esté a mi lado, permaneceré en guardia, aunque me cueste levantar la cabeza.
Y hay algo más, algo que solo entendí con los años: no se trata de tener un camino despejado, sino de no retroceder cuando la noche se vuelve más oscura. A veces, avanzar significa simplemente quedarnos juntos, respirando en el mismo silencio. Otras veces, significa elegir la calma antes que el impulso, incluso cuando el corazón quema. Él aprende de mis aciertos, pero también de mis caídas, porque me ve levantarme una y otra vez, aunque sea arrastrándome.
Lobo no necesita un padre perfecto. Necesita un padre que no desaparezca. Un padre que lo escuche, que lo mire a los ojos y que le diga sin decirlo: “Aquí estoy. No importa cómo esté por dentro, sigo aquí contigo”.
Y yo lo hago. Incluso cuando la enfermedad me quita voz, aire, fuerzas o claridad, encuentro un hueco para él. Una mano que sostener. Una palabra que darle. Una presencia que ofrecer.
Quizá el mundo no entienda lo que supone proteger a un hijo desde un cuerpo roto. Quizá no comprendan la mezcla de dolor, orgullo y ternura que me atraviesa cada vez que Lobo se acurruca contra mí como si yo fuera un refugio invencible. Pero él sí lo sabe. Él lo siente. Y eso basta.
Ser padre, en mi caso, es una forma de resistencia. Un acto de amor que no descansa. Un compromiso que se renueva incluso cuando todo lo demás se desmorona. No tengo certezas, no tengo salud, no tengo garantías... pero tengo a mi hijo. Y él me recuerda cada día quién soy, incluso cuando yo lo olvido.
Porque un lobo cansado, herido o enfermo sigue sabiendo cuidar a su manada.
Y mientras mi pequeño lobezno siga confiando en mí, seguiré en pie. Aunque el cuerpo diga basta. Aunque el mundo pese. Aunque duela respirar.
Seguiré.
Por él.
Y también, aunque me cueste admitirlo, por mí.
I ❤️ Super Lobo
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