Si quieres puedes, pero hay que querer.

Cuando el adulto que debe proteger, falla. Un testimonio sobre TLP, autocontrol y protección real

En ocasiones, quienes deberían ser un apoyo para un menor terminan convirtiéndose en parte del problema. Este artículo explora un episodio real en el que una figura educativa no actuó con la prudencia ni la neutralidad necesarias, dejando a un niño sin su espacio seguro en el colegio. Lejos de descontrolarme por mi diagnóstico de TLP, elegí la vía serena, documentada y adulta. El resultado fue que las instituciones realmente competentes —Servicios Sociales, CAI y Fiscalía de Menores— intervinieron y reconocieron dónde estaba el verdadero entorno protector del menor. Este texto es un testimonio sobre autocontrol, derechos infantiles y lo que significa proteger de verdad cuando todo alrededor intenta empujar hacia el conflicto.

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Ignacio Javierre

11/29/20253 min leer

Cuando el adulto que debe proteger falla: Un testimonio sobre TLP, autocontrol y protección real

Hay días en los que la vida te coloca frente a un espejo incómodo.
No ese que te muestra el cansancio o las ojeras, sino uno mucho más profundo: el que revela quién sostiene a un niño cuando el mundo alrededor se desordena.

Hace unos días, mi hijo, que tiene nueve años, llegó al colegio llorando tras un episodio muy duro en su otra casa. Llegó con una angustia que ningún niño debería cargar.
En situaciones así, cualquier adulto que lo reciba debería ser refugio.
Debería ser calma.
Debería ser luz.

Pero no siempre ocurre.

A veces, quienes tienen autoridad se equivocan.
A veces meten al niño en un espacio donde no debería estar.
A veces confunden neutralidad con inacción.
Y, sin quererlo, lo exponen en lugar de protegerlo.

Eso fue lo que pasó.

No necesito describir la escena.
No hace falta.
Basta decir que un niño vulnerable fue colocado en una situación emocionalmente inapropiada por parte de un profesional que, quizá sin maldad, no midió el impacto de su decisión.

Ese día, mientras mi hijo lloraba, yo no estaba allí.
Me enteré más tarde.
Y cuando me lo contó, lo hizo temblando.
Tenía miedo.
No miedo al episodio inicial.
No miedo a mí.
Tenía miedo de haber dicho la verdad en un sitio donde no se sintió seguro.

Y escuchar eso…
escuchar a un niño decir que sintió que había “fallado” por pedir ayuda,
eso no se le desea a nadie.

Fue uno de esos momentos donde la rabia sube como un latigazo.
Donde notas cómo el cuerpo entero quiere estallar.
Donde los viejos impulsos golpean la puerta para salir.

Tengo TLP grave.
Tengo ansiedad crónica.
Tengo depresión.
Tengo EPOC y un cuerpo agotado.

He vivido el descontrol.
Sé lo que es perderse dentro de una tormenta interna.

Pero ese día elegí otra cosa.

Elegí respirar.
Elegí escuchar.
Elegí sostener a mi hijo con calma, aunque por dentro todo se tambaleara.
Elegí ser el adulto seguro que él necesitaba, no el eco de la injusticia que había vivido.
Elegí escribir en vez de gritar.
Elegí precisión en vez de furia.

Ese acto, que parece simple, es para quien tiene TLP uno de los mayores triunfos que existen:
cortar la cadena del impulso y convertirlo en acción consciente.

Después de escuchar a mi hijo, redacté un escrito a la institución implicada.
Sereno, claro, respetuoso.
Sin ataques.
Sin insultos.
Solo hechos.
Solo protección.

Y unas horas después, ocurrió algo que llevo años esperando:
el sistema miró.
No hacia mí, sino hacia mi hijo.
Hacia su bienestar real.

El caso fue derivado a un equipo especializado en protección infantil.
Se comunicó también a Fiscalía de Menores.
Y, por primera vez, una institución reconoció algo que he sostenido durante meses:
que yo soy el adulto seguro en esta historia.
Que quien actúa desde la calma y la coherencia soy yo.
Que mi hijo, cuando me necesita, encuentra estabilidad, no caos.

Muchos creen que quienes tenemos TLP somos incapaces de gestionar situaciones límite sin perder el control.
Pero lo que pocos ven es el trabajo diario, la terapia, la conciencia extrema de uno mismo, la voluntad de detenerse antes de romperse, la decisión de no trasladar al niño lo que hierve por dentro.

Ese martes podría haber sido un desastre.
Podría haberme desbordado.
Podría haber actuado desde el dolor.
Podría haber confirmado todos los prejuicios que se colocan sobre nosotros.

Pero no.
Ese día fui lo que llevo años aprendiendo a ser:

un adulto que siente intensamente, sí,
pero que elige qué hacer con esa intensidad.

Un adulto que sostiene.
Un adulto que protege.
Un adulto que se regula porque sabe que su hijo se refugia en esa regulación.
Un adulto que demuestra que un diagnóstico no escribe tu destino.
Un adulto que, incluso enfermo, incluso cansado, incluso roto,
es capaz de poner las cosas en su sitio sin levantar la voz.

No escribo esto para juzgar a nadie.
No escribo esto para señalar.
Escribo esto porque sé que hay padres y madres con TLP que se sienten incapaces, que creen que no podrán reaccionar bien cuando llegue el momento crítico.

Y quiero decirles algo desde lo vivido:

Sí se puede.
Sí eres capaz.
Sí puedes ser el adulto estable, incluso con TLP.
Sí puedes proteger, incluso cuando tiemblas por dentro.
Sí puedes actuar con más lucidez que quienes no tienen ningún diagnóstico.

Ese día, mi hijo necesitaba que alguien cuidara de él.
Y aunque hubo adultos que fallaron,
yo no fallé.

Y eso, para mí, vale más que cualquier etiqueta.

Aviso importante: La información de esta web es divulgativa y no sustituye atención médica, psicológica o psiquiátrica.

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