Si quieres puedes, pero hay que querer.

Cuando el cuerpo se para y el mundo te pisa

Un relato crudo y lúcido sobre lo que ocurre cuando el cuerpo se detiene pero la vida, el sistema y las obligaciones siguen exigiendo. Una reflexión íntima sobre la fragilidad, el dolor y la lucha silenciosa de quien intenta mantenerse de pie en un mundo que no sabe frenar.

Ignacio Javierre

11/26/20252 min leer

CUANDO EL CUERPO SE PARA Y EL MUNDO TE PISA

Hay un momento, casi siempre silencioso, en el que el cuerpo dice basta. No avisa, no negocia, no te deja tiempo para organizar nada. Simplemente se para. Y mientras tú intentas entender qué está ocurriendo, el mundo sigue su camino con la delicadeza de una apisonadora. Porque la vida, por desgracia, no tiene botón de pausa ni entiende de pulmones que no dan más, ni de cabezas saturadas, ni de noches sin dormir.

Cuando el cuerpo se detiene, te cae encima todo lo que nunca has querido mirar. Te cae la culpa, la fragilidad, el miedo a no volver a ser el mismo. Y lo peor: te cae la sensación de que el sistema te pisa porque no encajas en su idea de productividad, de normalidad o de salud.

Es duro admitirlo, pero llegar a ese punto te desnuda por dentro. Te deja viendo la vida desde el suelo, con la respiración corta y la mente tratando de no romperse. Y aun así, sigues. No por valentía. No porque seas fuerte. Sigues porque en algún rincón de ti queda la certeza de que aún hay alguien que te necesita, alguien que te mira como si fueras capaz de sostener el mundo aunque tú apenas puedas sostenerte a ti mismo.

En esos días, comer es una batalla, moverte es una negociación, respirar es un trabajo a tiempo completo. La gente no lo ve. La mayoría no quiere verlo. “Tienes buena cara”, te dicen, como si la piel fuera un espejo del infierno interno. Nadie contempla que un cuerpo detenido puede seguir pareciendo funcional por fuera. Nadie piensa que estar quieto no es lo mismo que rendirse.

Pero también están los otros momentos. Los que pesan poco pero valen mucho. La risa inesperada de tu hijo. La calma de una mañana rara en la que puedes sentarte sin dolor. Ese mensaje o gesto de alguien que te cree sin condiciones. Esas pequeñas grietas donde entra un poco de aire y recuerdas que, a pesar de todo, sigues aquí.

Y eso importa.

Este blog no es un cuento de superación. No es un manual de “cómo ser fuerte” ni un escenario donde fingir heroicidades. Es, simplemente, un espacio para contar la verdad: que el cuerpo se rompe, que la mente se tambalea, que la vida pesa… y que aun así hay caminos posibles, incluso cuando el mundo te pisa sin mirar.

Si tú estás en ese punto, quiero que leas esto con claridad: no eres una máquina averiada. No eres menos por detenerte. No eres un fracaso por necesitar ayuda. A veces el cuerpo se para para que tú puedas empezar a escucharte. Y aunque todo alrededor siga corriendo, tu vida sigue mereciendo ser vivida, incluso desde la lentitud, incluso desde la herida.

Aquí, aunque cueste, seguimos...

Aviso importante: La información de esta web es divulgativa y no sustituye atención médica, psicológica o psiquiátrica.

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