Si quieres puedes, pero hay que querer.
NO SOY PERFECTO. Y AÚN ASÍ PUEDO AYUDAR.
Una mirada real y sin filtros a mi vida con TLP: noches en vela, impulsos, miedo, amor por mi hijo y un recordatorio simple pero vital… no hace falta ser perfecto para seguir adelante.
TRASTORNO LIMITE PERSONALIDAD
Ignacio Javierre
11/18/20253 min leer
No sé en qué momento exacto empecé a cambiar.
Supongo que fue el día en que dejé de correr de mí mismo y me quedé quieto por primera vez en muchos años.
Quieto… y acojonado.
Porque cuando uno deja de correr, aparece todo lo que había empujado debajo de la alfombra.
Aún hoy sigo teniendo noches enteras sin dormir.
No por capricho ni por mala higiene del sueño.
Sino porque mi cabeza se despierta antes que yo y empieza a girar a una velocidad que no controlo.
A veces pienso que tengo un termostato emocional estropeado: un día regula bien, al siguiente se dispara como si estuviera programado para incendiarme desde dentro.
Y sí, sigo teniendo impulsos.
Sigo teniendo esa sensación absurda de que “me falta algo”, aunque no sé qué es exactamente.
Entonces me da por comer chocolate como si fuera una emergencia nacional, por comprar cosas en Vinted que no necesito, o por beberme cuatro latas de Coca-Cola seguidas para calmar un vacío que no debería estar ahí… pero está.
Mi psicólogo, que lleva más de tres años aguantando mis batallas, me dijo hace nada:
“Si vas a ayudar a otros, tendrás que aprender a no hacer locuras como pasarte veinte horas solo, sin comer, creando una web”.
Y sí… tiene razón.
Pero yo también tengo la mía.
Yo no puedo dejar de ser así, al menos no del todo. Y precisamente por eso puedo ayudar.
Porque sé lo que es sentir que la intensidad te gana.
Sé lo que es la angustia que no te deja respirar.
Sé lo que es no dormir porque tu hijo tiene ataques de ansiedad.
Sé lo que es proteger a Lobo mientras el mundo se queda quieto.
Sé lo que es aprender a vivir con síntomas que no se van, aunque lleves años en terapia.
Sé lo que es sentarse delante del ordenador a las tres de la mañana porque si te metes en la cama te devora el pensamiento.
Sé lo que es querer estar bien y no poder.
Y aun así levantarte al día siguiente… y seguir.
Durante estos tres años he pasado por todo: psiquiatría, psicología, ARVIL, grupos de alcohólicos rehabilitados, terapias en el centro de salud, urgencias, madrugadas eternas, días que parecían meses y meses que parecían siglos.
He llorado de rabia, de miedo, de alivio y de agotamiento.
He sentido vergüenza, culpa, orgullo, esperanza, y una cantidad absurda de amor por mi hijo que me ha sostenido incluso cuando yo no podía sostenerme.
Y hay algo que quiero dejar muy claro:
no he vuelto a beber ni una gota.
Nunca.
Ni ganas.
Porque mi guerra no va contra el alcohol.
Mi guerra es aprender a vivir sin anestesia.
Y eso es infinitamente más jodido.
No soy perfecto.
Soy intenso.
Y vulnerable.
Y emocional.
Y sensible a unos niveles que a veces me desbordan.
Pero también soy alguien que no se rinde.
Alguien que, aunque esté roto, aún tiene fuerza para acompañar.
Alguien que puede mirar a otro que tiene miedo y decirle:
“Lo sé. Yo también he estado ahí. Y se puede seguir.”
La gente cree que para ayudar hay que estar curado.
No es verdad.
Para ayudar hay que estar vivo.
Y dispuesto a mirar al otro sin juicios.
Y honesto con lo que uno es, no con lo que debería ser.
Si tú estás leyendo esto y sientes que tu vida es demasiado caótica para arreglarla…
si sientes que tus síntomas te ganan…
si te ves incapaz, insuficiente o defectuoso…
te digo lo mismo que me repito yo cada día:
No tienes que estar perfecto para empezar.
No tienes que estar estable para merecer una vida buena.
No tienes que estar curado para avanzar.
Solo tienes que seguir. Aunque sea torpemente.
Yo sigo aquí.
Con mis noches en vela.
Con mi termostato loco.
Con mis impulsos.
Con mis heridas.
Con mis victorias pequeñas.
Con mis ganas de vivir.
Con mi hijo.
Con mis miedos.
Con mis fuerzas.
Y si tú también estás aquí, aunque sea tambaleándote un poco…
bienvenido.
Este es un lugar donde no hace falta ser perfecto para pertenecer.
